jueves, 20 de septiembre de 2012

pulp


Clic.

En noches así, miro por la ventana de mi oficina (que es, además, mi apartamento) y la ciudad parece un paisaje lunar. Son noches lentas y lo único que me mantiene cuerdo es la botella de scotch sobre mi escritorio. Es un trago barato, pero el negocio no anda bien. Ya habrá tiempo para saludar a Dom Perignon y comer caviar de beluga a cucharadas en el Ritz.

Lo único que me impide enloquecer en noches así es la botella y un revólver que me ha visto muchas veces jugar a la Ruleta Rusa cuando el negocio va peor que hoy. Es un buen amigo que me ha sacado de varios problemas. La clase de amigo al que le puedo pedir que me saque de este agujero en el momento que las deudas y los vicios terrenales junten mi ombligo con mi espina dorsal. Los detectives no envejecemos bien. Los que llegan a cierta edad quedan un poco lentos, un poco averiados, como si ver tantas cosas les hubiera quemado algo en la cabeza. Un montón de demandas por alimentos y el cerebro demasiado magullado para pagarlas. Prefiero quemarme a desaparecer.

Cuando estoy a punto de aferrarme a Dios, alguien abre mi puerta. Saco el cañón de mi boca y lo apunto al umbral. Puedo oler los problemas a millas y esta noche no quiero problemas. Solo quiero ponerme en paz con el Creador, firmar mi testamento y dejar de esperar el siguiente caso.

Los problemas huelen a mujer.

Una bomba de tiempo con la figura de un reloj de arena y el cabello rubio como el Bourbon se abrió paso entre la neblina de mil cigarrillos para tomar asiento. El corazón se me ablanda y entiendo cómo se sienten esos chicos que se sientan en círculo a fumar su hierba y a tocar canciones en una guitarra desafinada. Mi cara de boxeador venido a menos sigue sin moverse. Bajo el arma.

- ¿Es usted Sam Brockwell? ¿El detective privado Sam Brockwell.

- Si puede pagar cinco duros al día, seré el Sha de Persia si me lo pide.

- Es mi esposo…

Una historia vieja, vuelta a contar mil y una veces hasta que olvidas cómo comenzó y cómo va a terminar. Sirvo dos copas pero ella rechaza la suya con un ademán que despedía polvo de estrellas desde esos dedos finos y largos.

No es momento de pensar en tonterías. Es momento de hablar, de hacer negocios.

- Un momento, un momento. Antes de contarme la triste historia de su vida y antes de que esta relación vaya más lejos, necesito saber si usted cuenta con el dinero.

- Tengo los ahorros de toda mi vida. Oh, Dios, señor Brockwell… si mi esposo tuviera un romance, no me preocuparía tanto. Pero las llamadas a media noche, las salidas furtivas, los días en los que no sé nada de él…

- Cuénteme algo… eh… señora…
- Sweetvalley. Amelia Sweetvalley.

- Sra. Sweetvalley, ¿usted cree que su esposo está involucrado en...? Ya sabe… negocios turbios…



- A Oliver le gustan  las carreras de caballos y creo que esta vez le debe dinero a gente muy mala. Gente poderosa. No sé si me entienda.

- Sí, desde luego la entiendo – mentí… hace varios matrimonios que dejé de entender a las mujeres-. Pero no hay que descartar la posibilidad de un romance. Navaja de Occam y todo eso. A veces, la explicación más simple es la explicación correcta.

- Sólo necesito saber. Es lo único que quiero. Dios, Sam… ¿le puedo llamar Sam, verdad? Llevo muchas noches sin dormir. Siento que me están siguiendo todo el tiempo y no puedo descansar… a veces veo faros de autos pasar por la ventana. Lento, como buscando, como tanteando el terreno. ¿Me entiende?

Asentí, mintiendo una vez más. El cliente siempre tiene la razón.

- Bien, Sra. Sweetvalley, mis honorarios no son cualquier tontería. Quinientos dólares por día mas los gastos adicionales que esta investigación requiera. No hago milagros y no creo en ellos, así que no me llame ni me busque hasta que se lo indique.

Un auto pasó, lento, auscultando a la ciudad con sus faros.

-¡Oh, Sam! ¡Son ellos! ¡Me siguieron!

- Malditos bastardos… ¡Al suelo!

Salí por la ventana con el revólver en mano, pero el auto pasó, sin más, como un mal sueño.

- Todas las malditas noches, con este miedo… Sam, ¿puedo pasar la noche acá?

¿Quién soy yo para decirle que no a esta mujer?

Esa noche, comenzaron dos investigaciones: Yo seguía las pistas de Oliver Sweetvalley y me aseguraba de que los chicos malos no lo hubieran llevado a ver el acuario desde las peceras de los tiburones.

En otra parte de la ciudad, un desgraciado comenzaría a morderme los talones, buscando la ropa interior de la dulce Sra. Sweetvalley en mis cajones.


El día comenzaba, con todos sus ruidos. Miles de celulares vibraban y causaban neuralgias a transeúntes desprevenidos. Los carros comenzaban a fluir.

- ¿Estás despierto?

- No.

- Son quinientos dólares.

- ¿Eh?

- Son quinientos dólares.

- Sí, sí… tómalos. Están sobre la mesa de noche.


Laura se sacudió el sueño de los ojos, bostezó y comenzó a recuperar su ropa. Arregló todo con eficiencia y rapidez. Dobló el viejo vestido con movimientos precisos, el liguero, las ligas y las medias fueron enrolladas y guardadas en una bolsa de lino. Guardó las joyas en un estuche forrado en cuero artificial. Les dio un último vistazo con reverencia y cerró el estuche.

- ¿Necesitas que te acompañe a la salida?



- No, no te preocupes… alguien de la agencia me espera. ¿Puedo usar tu ducha?


- Sí, sí… hay café y pan negro en la cocina.

Laura caminó con pasos rápidos a la cocina. El frío de las baldosas le hizo dar pequeños gritos. Se sirvió una taza de café y tomó una rebanada de pan en su mano. Comió con medida rapidez.

-¿Sam?


- ¿Eh?


- Eres un buen tipo.


- Sí, sí – aún no acababa de despertar -. Hay café y pan negro. Sabes cuál es la llave del agua caliente ¿verdad?
- Sí. La de la derecha.


-Exacto.


- ¿Sam?

- ¿Eh?


- En verdad lo digo: eres un buen tipo.

Sam se incorporó, con los ojos aún pegados de sueño. Buscó la silueta de Laura, pero ella se movía con una velocidad prodigiosa de la cocina al baño.

- ¿Un buen tipo? No lo creo. Los tipos buenos tienen familias que se preocupan por ellos, trabajan de nueve a cinco y leen libros de autoayuda. Salen los fines de semana con sus hijos a comer hamburguesas y se sientan en el porche de sus casas a tomar vino y pensar en lo buena que ha sido esta tierra con ellos. Los tipos buenos reciben el Sol como una bendición.

El ruido de la ducha apagó la conversación. Diez minutos después, Laura salió secándose el pelo, negro y apenas un poco por debajo del mentón, con una toalla, aún desnuda.

- Creo que, de vez en cuando, deberías aceptar un halago. Sé que eres un tipo bueno. Estás algo mal de la cabeza, pero creo que todos debemos ser amados. Si te lo propones, puedes conseguir una buena chica y formar un hogar, ¿sabes? Eres joven y con algo de ayuda… bueno, tal vez puedas dejar de…

- … de llamar a la agencia.

- Sí. Tal vez, con algo de ayuda, puedas dejar de llamar a la agencia.

- No es exactamente lo que ellos querrían escucharte decir…

- Lo sé. Pero no soy exactamente lo que la gente cree que soy.


Laura se vistió rápidamente. Jeans ceñidos, zapatillas deportivas y un saco con capucha. Se pintó los ojos con rimel en un par de pases mágicos, se pintó la boca con un lápiz labial chato y se dio una rápida mirada en el espejo.

- Bueno… creo que tengo que irme. Muchas gracias, Sam.

- A ti. ¿Tienes tiempo la otra semana?

- Creo que sí. ¿El sábado?

- No, no. El sábado tengo que trabajar. ¿El domingo estaría bien?

- Sabes que los domingos no trabajo.

- Es verdad… ¿el viernes?

- Es un día ajetreado, pero puedo intentar separar un espacio para ti. Llama a la agencia antes de las nueve.

- Perfecto.


Laura caminó hasta la cama donde Sam aún estaba. Se dieron un abrazo un poco formal y ella emprendió una carrera hacia la puerta.

- Hey…


- ¿Sí, Sam?


- Olvidaste esto…

Sam le alcanzó la peluca rubia. Laura sonrió y la metió aparatosamente en su maleta. Retomó el ritmo y desapareció.

Eran las diez de la mañana. Sam volvió a dormir.



Laura caminó, ya sin prisa, hasta llegar a un café. Tomó asiento en uno de los bancos de la barra y pidió un sándwich de pollo con un café. Dejó la pesada maleta a un lado. Abrió su billetera, contó rápidamente el dinero y la volvió a guardar.

¿Y bien? ¿Qué tal la audición? – El mesero era un viejo conocido, un prometedor talento de la escuela de teatro que, simplemente, no encontró una oportunidad fuera de la academia.

- Lo de siempre. No soy lo suficientemente buena ni lo suficientemente bonita.

- Es una lástima.

- Es mejor así, Mel. Hazme un favor: si algún día llego a parecerme a una de esas tontas operadas, por favor, mátame.

- Tendría que cobrarte antes lo que me debes.

- ¡Ten un poco de corazón! ¿No podrías perdonarle una deuda a alguien que va caminando a su tumba?

- Todos estamos caminando a nuestra tumba, Laura.


Laura sorbió café frío y se quedó pensando en la palabra “tumba”, muy absorta. “Cuando vaya a mi tumba”, se dijo, “voy a ir sin secretos. Todo saldrá a flote. Será un revuelo para todos los que me conocen, pero no me va a importar porque estaré muerta. Espero tener el corazón para contarlo todo, sin rodeos. Sin esperar perdón”.

Tomó otro sorbo de café y se quedó mirando por la ventana. Arrastró su maleta hasta la salida, se despidió del mesero con un abrazo un poco formal y caminó por la ciudad un par de horas hasta llegar a su apartamento. El ascensor no funcionaba, así que tuvo que caminar cuatro pisos con la maleta reteniéndola como un ancla. Abrió la puerta, dio un par de pasos y cayó en la cama, rendida. Cerró los ojos y dormitó pensando en la palabra “tumba”.

Bajo su cama, había una maleta mucho más vieja y más pequeña. La abrió con cuidado y arrojó el fajo de billetes junto a otros fajos de billetes que todavía no alcanzaban a cubrir el fondo. Tomó papel y lápiz, anotó la cantidad y arrojó el papel con el fajo. Cerró la maleta y volvió a meterla bajo la cama.

Tal vez algún día tenga el corazón para decirle a Sam que no hay agencia”, se dijo tristemente.



Clic.

Despierto. Es de noche. Si te gusta el sol, tal vez quieras retirarte e irte a un condominio en Florida y rodearte de viejecitos amables y gente curtida por el sol. Tal vez estés a tiempo de hacerlo. Para mí no hay salvación. Solo noches en vela, escudriñando en la basura ajena. “La basura de uno es el tesoro de otro”. No me apuraría a darle la razón al fulano que se inventó esta frase. Años enteros esculcando en vidas ajenas me han enseñado que la basura es basura. Solo espero que, si existe algún tipo de justicia metafísica, mi sacrificio sea tenido en cuenta en el momento de tomar café con el Gran Hombre de Arriba. Dejo mi revólver sobre la mesa y apuro un par de tragos.

El aire está enrarecido y las paredes están cubiertas de estática, como si una tormenta estuviera a punto de caer.

La puerta se abre de par en par.

- Oh, Sam… esto tiene que parar. Amo a mi marido. A veces creo que ni siquiera lo estás buscando.

- Querida: si el amor me detuviera para obtener cada cosa que quiero, me dedicaría a otro negocio. Son muchas las mujeres que he amado y pocas las que se quedaron a ver el final de esta película. Estamos cada vez más cerca de la pista del buen Oliver Sweetvalley. Esposo ejemplar, amigo de los caballos y, aparentemente, de los prestamistas de abrigos piojosos, sombrero de ala ancha y mirada turbia.

- ¿Acaso quieres decir que…? – la conciencia de las cosas le cayó como un rayo que hizo rodar por tierra el tronco del Árbol de la Sabiduría,

- Bingo, querida Sra. Sweetvalley. Aparentemente, Oliver le debe toneladas y toneladas de billetes a un pequeño negocio familiar calabrés que se dedica a la importación de aceite de oliva y al monopolio del juego en esta parte de la ciudad. El Sr. Sweetvalley, si me permites decirlo, es un pobre diablo. De malas en el juego y, por lo que he visto, de malas en el amor.

- Sr. Brockwel, le exijo respeto. Soy una buena esposa pero también soy una mujer vulnerable. Usted supo aprovecharse de las circunstancias.

- ¿Las circunstancias llueven del cielo o son el resultado de causas previas? Piénselo bien antes de responder. Si su dulce maridito está improvisando tonadas con un coro de esturiones y con un ladrillo colgado al cuello, es muy posible que vayan detrás de usted. Si ese es el caso, le convendría ser un poco más simpática y no le vendría mal usar un lápiz labial más de mi gusto.

- ¡Usted es un monstruo repulsivo!

- Estamos de acuerdo, Amelia. Pero nunca encontrarás un monstruo tan bueno como yo. En este mundo, los monstruos son buenos y malos. Pero todos somos horribles. Tú lo eres, yo lo soy.


Abandoné mi discurso filosófico para darle paso a la música de cámara.

- ¡Suéltame, me estás lastimando!


- No, Amelia. Eres tú la que me está matando con tu indiferencia.

Aunque no fue dulce, fue bueno. Oliver puede tomarse su tiempo antes de flotar a la superficie. Total, ella nunca podría terminar de pagar mis honorarios, así que tomaré lo que puedo mientras tanto.

Estas marcas de arañazos en mi espalda van a tomar días en desaparecer. Me alegra no tener que rendirle cuentas a nadie.

Laura habla perezosamente y arrulla a Sam.


- He estado pensando… he guardado todo el dinero desde que… comenzaste a llamar a la agencia…


- ¿Sí?

- Si las cosas salen bien, podríamos irnos de viaje los dos…

- ¿Sí?

- No sé… Islas Margarita, Cancún… podríamos ir un fin de semana y, en este caso, no tendrías que pagar nada… yo invito.

- Puede ser, puede ser. La vida es muy larga y hay tiempo para todo…


- Un teléfono celular suena distante en la penumbra del sueño.

-¡Mierda, las nueve! – Laura saltó de la cama y comenzó a vestirse.

- ¿Las nueve? Es temprano aún.

- Maldita sea… Sam, necesito pedirte un favor…

- Si necesitas dinero para un taxi, tómalo. No quiero que llegues tarde por mi culpa. Si quieres, lo voy llamando desde acá.

- No, no, no lo llames… tardaría horas en llegar. Mierda, mierda… ¡mierda!


Laura se maquilló rápidamente, se miró al espejo y esbozó una mueca de dolor.

- Si esto es lo que los productores ven, estoy jodida.

- Eres hermosa, Laura. Sólo necesitas algo de fe en ti misma. Vas a ver que hoy es tu día de suerte.

- ¿...”día de suerte”? Sam, tienes un sentido del humor bastante enfermizo…

- Lo digo en serio. No creo en el pensamiento positivo y tal vez no encuentres a alguien más pesimista que yo. Pero sé que tienes talento. No sé mucho de actuación, pero sé que tienes talento. No te olvides de mí cuando seas famosa.

- Oh, Sam…- Tuvo el tiempo justo para darle un beso en la frente. Él intentó no abrazarla. Un abrazo solo entorpecería todo.


Laura tomó el dinero y la maleta. Salió sin despedirse.

Eran las nueve y cuarto. Sam se levantó a preparar café y tostadas. Cuando volvió, el desorden de su cama lo hizo pensar en la noche anterior y sonreír.

Cuando recordó cómo habían comenzado estas citas furtivas, se sentó en la cama y pensó que tal vez la próxima semana no llamaría a la agencia.

La ciudad parecía enferma. Fría, congestionada… Laura trataba de no mirar por la ventana y leer algunas líneas del guión que estaba preparando esa semana. Leía cada línea susurrándola, miraba al techo del taxi y repetía lo leído. Luego se detenía a pensar en la emoción que acompañaba cada frase. Así, por hora y media hasta llegar a la dirección que tenía anotada en una tarjeta.

Bajó del taxi sin esperar el cambio y entró al edificio. Subió por escaleras que no parecían terminar y, finalmente – con apenas un hilo de aliento sosteniéndola en pie – anunció su llegada a la secretaria. Dio un último repaso al guión y lo guardó en la maleta.

Estaba lista para ser Amelia Sweetvalley.



Clic.

Podría ser otra noche más, pero es la última. Cae el telón.

La dulce señora Sweetvalley está inconsolable. Oliver apareció. Una parte de él en una empacadora de carne, otra parte en el mar, otra en un callejón. Mierda… uno cree que lo ha visto todo en la vida – y esta ni siquiera es la primera vez que me topo con un cadáver cortado en bocaditos tamaño cóctel -, pero siempre me perturba el sueño.

Fin del caso. Ahí está el buen señor Sweetvalley, pagando sus deudas como Antonio jamás pagó a Shylock. Sé de estas cosas porque leo. El insomnio te hace más inteligente y, a la vez, más lento. Acumulas información para olvidar lo que sabes y al final solo recuerdas algunas cosas.

Es horrible no tener las palabras exactas para consolar a alguien. No después de compartir un par de sábanas y momentos de intimidad en lugares oscuros a los que la gente buena no va. Este es mi infierno particular: ser feliz sólo donde otros temen serlo. ¿Te gusta? Yo mismo lo decoré.

Algún día seré tan feliz que el terror me llevará a jugar a la Ruleta Rusa con un amigo. Pero esta vez el tambor estará lleno de balas menos una. Todo juego tiene su curva de aprendizaje y, en este punto, creo que ya no necesito aprender más sobre la naturaleza humana. Fue todo un placer, Sra. Sweetvalley. Lamento que este juego no haya terminado bien, pero ni usted ni yo teníamos las cartas marcadas a nuestro favor.

La basura sigue siendo basura. Y yo sigo solo.

- Sam, olvídalo… el papel se lo dieron a otra.

Una mirada amiga. Momento de empacar e irse. El barman ya está ayudando a subir las sillas sobre las mesas y paseando un trapero por nuestro valle de lágrimas. Al final del túnel, una mirada amiga.

- Déjalo, Sam… no me dieron el papel.

A esto se resume todo: a encontrar la iluminación en el cañón de un revólver. Nadie ha vuelto para contarnos lo que ha visto. Todos queremos creer que es algo bueno. Atardeceres con luciérnagas, buenas fiestas, buenas mujeres.

- ¿No me estás escuchando? No, Sam: Esta noche no. Esta noche soy solo Laura.

Algunas chicas crecen para ser esposas y estudian para ser amantes. Siempre solo, siempre huyendo de las invitaciones de viejos amigos. “Hey, Sam: hay una chica que me gustaría que conocieras. No es muy guapa pero es encantadora”. No, no. Lo siento. Cuando no soy detective soy un educador. Y Amelia pasó cada prueba con sorprendente locuacidad. Y todo termina con un conmovedor discurso.

- No, no me estás escuchando. Voy a gritarlo para que me entiendas: NO MÁS HISTORIAS DE DETECTIVES. GAME OVER, SAM. El papel se lo dieron a una putita de tetas enormes y cerebro peso mosca. NO MAS PELUCA, NO MÁS JOYAS. Si quieres una nueva fantasía, podemos intentarlo. ¿Quieres ser un Nazi traidor y yo Eva Braun? ¿Cleopatra engañando a Marco Antonio con un esclavo? Todo al mismo precio, Sam. Pero no puedo seguir con esto. Duele, duele mucho.

Soy muy cobarde para una nota suicida. Ser cobarde es una virtud que te permite vivir lo suficiente como para descubrir que tu vida no vale nada.

- ¡Mierda, Sam! ¡Al menos di algo! “Lo siento, Laura. Mañana será tu día”, “Tal vez ese papel no era para ti”… ¿No tienes algo de compasión? ¿Realmente no te importa cómo me siento con todo esto?

Me estoy quedando corto de clichés. Quien haya inventado al antihéroe de todas las novelas pulp es un genio. El arquetipo primigenio de alguien que solo puede hablar a través de palabras ajenas. Un actor de su propio drama, desconectado de su propio entorno a golpes. He llegado a la última extensión posible de mi personaje. Me estoy enfrentando a un dolor humano puro: cuando la vanidad no te sostiene y el espejo te devuelve una imagen demasiado real de ti. Real e insoportable.

- Así que no vas a decir nada. Perfecto. Me encanta. ¡Sigue callado como un imbécil!

3… si adivinaste que mi nombre no es Sam Brockwell, necesitas prestar más atención. Me gustaría decirte que soy el Sha de Persia, pero estoy a un millón de años luz y a miles de millones de dólares y camellos de serlo.

- ¿En serio? ¿Ni una palabra? ¡Qué hijo de puta! ¡Tú sabes que ese era mi papel! ¡Yo era Amelia Sweetvalley!

2… ¿ves lo que pasa? Si te puedo dar un consejo útil, es este: No te enrolles con aspirantes a actrices que tienen que pagar las cuentas con trabajos demasiado complicados de explicar en su currículo. Terminas envuelto en dramas que no son tuyos, viviendo fantasías que otro tipo escribió para ti. Pero se supone que estas fantasías tienes que verlas a través de una pantalla. Son frustrantes cuando las vives en carne propia. Dorian dejó a Sybil Vane porque no era un retrato. Era demasiado humana. Claro: el sexo es magnífico. ¿Quién no follaría de esa forma si supiera que está a punto de morir? Los personajes de ficción lo saben y aceptan su mortalidad con más rabia que resignación. Si quieres una experiencia borde para contarle a tus amigos (yo no los tengo, así que desconfía de mi testimonio), acuéstate con una chica que está poseída por un rol. Los personajes viven intensamente antes que morir, más allá de quienes los representan.

- Me largo. Pero óyeme bien, Sam: no vas a volver a saber de mí en lo que te queda de vida. Maldito enfermo…

Sam Brockwell está listo para despedirse. Unas últimas palabras antes de darle el micrófono al próximo comediante: Por meses, supe lo que era ser un hombre duro, como los que ves marchitarse y morir en los bares. Tuve todo: una vida interesante, una mujer prohibida, un misterio por resolver y constantes primicias de una película que va a ser estrenada el próximo verano, protagonizada por una chica de buen ver y poco cerebro. A partir de mañana seré otra cosa. No recuerdo muy bien lo que era antes, pero no es importante. Ahí está. Bajo los clichés y el olor a sexo furtivo, ahí esta.

Si me tienes que preguntar a quién voy a extrañar más, voy a extrañar al duro de Sam. Pero no voy a poder olvidar a Laura: A veces Laura, a veces Amelia, a veces alguien con sueños más grandes que cualquier película y, por eso, difíciles de traducir a la realidad.

1.

Fue una buena vida, pero no fue la mía.

Clic. 

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