1.
Al carajo la ética
laboral: Me estoy follando a una paciente y, aunque ella siga igual
de loca, las drogas – recomendadas por un siquiatra que también se
folla a sus pacientes – parecen ser un excelente sucedáneo de la
cordura.
Además, fue idea de ella.
A mí me pareció buenísima.
Total, me siguen pagando.
En este momento es
muy posible que, para ustedes, yo sea un irresponsable y un monstruo. Si ese es el caso, me parece conveniente aclarar dos
cosas:
a. Las pastillas
las tomamos (sí, ella y yo… ¿les sorprende?) para fines
puramente recreativos y siempre después de joder. Quiero decir con
esto que no se trata de atiborrarla de calmantes para echarme un
polvo calladamente. Soy un desastre pero no soy un violador.
¿Queda claro?
b. No siempre fue así.
Brigitte llegó a mi
consultorio remitida por un amigo sicoterapeuta. Es común que nos
rotemos a un paciente entre varios especialistas, así todos nos
beneficiamos (éramos él, un terapeuta holístico, una homeópata,
un psicólogo y yo). Esta vez fue un poco distinta. La homeópata
se había dado por vencida, el terapeuta holístico había gastado
toda su palabrería de alineación de chakras,
sus tanteos de reiki y
el psicólogo solo pudo aguantar un par de rounds
con ella. Cuando el sicoterapeuta me llamó, solo me dijo “si
puedes hacer algo, dale… la verdad esto es demasiado. Ese monstruo
se me está saliendo de las manos y no me gusta.”
Esa es la diferencia
entre un charlatán y un profesional: los profesionales, por obra y
gracia de nuestros méritos académicos, no podemos darnos por
vencido tan fácilmente. O por lo menos eso creía.
Tres días después,
Brigitte entró a mi consultorio. ¿Ese era el famoso monstruo que
le había causado pesadillas al terapeuta holístico y había
doblegado a la homeópata hasta llevarla a un consumo compulsivo de
gotitas de valeriana y lavanda?
El flequillo le
cubría unos ojos enormes y los mechones de pelo escondían una cara
que se adivinaba hermosa. Durante toda la sesión, se negó a
quitarse un abrigo de tweed
– y hay que aceptarlo, mi consultorio es bastante frío… pero no
era para tanto.
- Bien… Srta. Barton:
¿Qué la trae por acá? – Una pregunta supremamente idiota.
Tenía en la mano su historial, pero no quería leerlo. Creo que
ella notó ese detalle.
- Necesito algo de
tranquilidad. No duermo muy bien últimamente.
- Ajá… insomnio.
- No, no… duermo
poco. Unas tres o cuatro horas diarias, pero no necesito más. Me
basta y me sobra con eso. La verdad es que ando muy ocupada y
quisiera algo de tranquilidad
- Veo, veo… Cuando
usted dice “ocupada”, ¿a qué se refiere exactamente?
Ella sonrió. Es
tan típico: Todos los locos tienen esa sonrisa, como si sus procesos
mentales fueran análogos a los de una persona normal y nosotros
tuviéramos que sentirnos como imbéciles por no entender qué rayos
está pasando. Una sonrisa condescendiente y algo aterradora. Pero
es difícil amedrentarme.
- Veo que no ha tenido
tiempo de leer mis expedientes. Me alegra. Hasta cierto punto,
creo que puedo comenzar a respetarlo. Si usted se va a fiar de lo
que un montón de fracasados le digan sobre mí y no de lo que usted
percibe, le garantizo que eso puede afectar su percepción hasta
hacer de este proceso algo inútil.
Es muy difícil
intimidarme.
- ¿Sabe usted en que
consiste la homeopatía, doctor? Para curar una enfermedad
(supongamos que, en este caso, se trata de insomnio), el homeópata
toma una sustancia que produzca los mismos síntomas de la
enfermedad (cafeína, por ejemplo) y diluye una cantidad mínima en
una cantidad absurda de agua. Una gota en una piscina olímpica. Se
supone que el agua tiene… “memoria”. Así que toma una gota
de esa gota diluida y la diluye en otra piscina olímpica. Así,
infinitas veces. La “memoria” del agua hace la cura. Si eso
fuera cierto, bastaría con abrir el grifo y tomar una cucharada
diaria de agua de la llave para curar todos los males. Un agua con
la memoria infinita de cientos de curas y soluciones. La chica que
me mandó al terapeuta holístico (un charlatán menos sofisticado
que ella) no solo hizo un pésimo diagnóstico al asumir que mi
problema era el insomnio. Me dio un frasco con gotas homeopáticas.
¿Sabe qué hice, doctor?
Es muy difícil… no
imposible.
- Las tragué de
un solo golpe. La chica se agarraba la cabeza, me indicó cómo
vomitar, llamó a toxicología. Todo por unas cuantas gotas de
agua. Los de la ambulancia mascullaban palabrotas mientras miraban
el frasquito. Agua, doctor. La chica armó un escándalo porque me
tragué un frasco con agua. Si hay algo terrible de ser un
charlatán es comenzar a confundir verdades con mentiras. Así que,
antes de continuar… ¿va a hacer de cuenta que me escucha o va a
escucharme y a trabajar en mi caso?
Tragué saliva, me aclaré
la garganta y mirando el fólder con su historia le dije que, si bien
iba a hacer lo posible por escucharla, tenía que regirme por las
directrices de la psiquiatría clínica. Le dije que tenía que
tomar alguna distancia de ella para poder comenzar la terapia, pero
que también era mi deber tratarla con dignidad y confiar en ella.
Es la clase de rollo que soltamos para aflojar un poco a los
escépticos.
- Bien. Me gusta. Ya
que esos son los términos, voy a comenzar por lo importante…
La
detuve. Le dije que era yo quien determinaba cómo y cuándo
comenzar. Que ya tendría un espacio para decirme lo que tenía que
contar.
- No, doctor. No
entiende. Le estoy ahorrando pasos. Solo quiero algo de
tranquilidad para poder seguir trabajando en mis proyectos. La
verdad es que siento un peso muy grande y no sé si pueda seguir con
lo que me propuse. Necesito apoyo, necesito comprensión, necesito
un par de días a la semana para hablar con alguien de todo lo que
me está pasando por la cabeza.
Mierda… una
hipocondríaca con delirios de grandeza. No, no es la terminología
profesional pero fue lo primero que se me vino a la cabeza.
“Transtorno Histriónico de la Personalidad” fue lo primero que
anoté. Estamos hablando de una chica que cree ser una artista
incomprendida, agobiada por el peso de las revelaciones que le han
sido confiadas por las musas. ¿Sabes qué remedio hay para eso?
Ninguno. Las histéricas siempre serán histéricas. A lo sumo las
puedes dopar sólo para ahorrarle algunos dolores de cabeza a quienes
las rodean pero… la verdad, no hay mucho por hacer.
La primera sesión fue un
duelo: Yo trataba de extraer algo de información y ella,
inmediatamente, volvía a su discurso. Faltaban sólo diez minutos, pero le
dije que su sesión había terminado. Estaba exhausto.
La homeópata estaba
inconsolable. Había comenzado a abusar de la aromaterapia, lo que
desencadenó en un episodio alérgico. Prácticamente estaba
esnifando velas de nuez moscada y clavo para controlar la ansiedad y terminó sufriendo una sinusitis crónica. El terapeuta
holístico no respondía mis llamadas. Meses mas tarde, lo encontré
en una estación de bus con el botoncito de “¿quieres bajar de
peso? Pregúntame cómo”. El sicólogo seguía atendiendo en su
consultorio pero se negaba a hablar de Brigitte. Nadie sabía qué
decirme sobre Brigitte Barton. Nada que no fueran advertencias
ominosas. Despaché a los pacientes rápidamente esa semana para
poder pensar un poco más en Brigitte.
No sabía qué me
inquietaba realmente. Dormía menos. Unas tres o cuatro horas al
día.
- Tal vez sea momento
de contarle mis planes, doctor. Pero antes, una pequeña
introducción.
¡Qué desfachatez! La
dejé seguir. Tal vez en algún momento se canse.
Biografía
Parcial de Brigitte Barton (Primera Parte)
Vengo de tiempos distintos
y distantes. Mi madre fue la televisión y mi padre fue el video.
Sé que esto puede ser el síntoma del consumismo idiota que
caracterizó a los ochentas, pero no se sientan mal por mí. Por lo
que he logrado deducir, mi infancia ha sido una de las mejores que
una chica de mi generación pudo tener. En muchos casos, los padres
de familias separadas se esmeran tanto en compensar sus propios
fracasos emocionales que terminan siendo mejores padres y madres de
lo que hubieran podido ser bajo un mismo techo. En este caso, mis
padres reales estaban divorciados de mis padres electrónicos. Por
lo tanto, el tiempo que pasaba con la televisión y el video era tan
edificante como el tiempo que mis padres genéticos destinaban a mi
educación. Tuve lo mejor de dos familias. La televisión por cable
me enseñaba sobre la humanidad, el video me enseñaba sobre el
séptimo arte. Es extraño cómo, para muchos, mi proceso fue
inverso: Me entretenía más leer y aprendía más frente a la
pantalla.
Mis sueños eran un
cine personal. Lo que aprendía de la televisión animaba lo que
soñaba cuando leía. Siempre me pareció extraño que mis sueños
ocurrieran en primera persona. Casi nunca soñaba desde otras
perspectivas. Siempre era la cámara. Pasé todo un verano
meditando frente al espejo. Quería dibujarme en mi cabeza para
luego echarme a andar en mis propios sueños. Me quedaba mirándome
por horas, absorbiendo cada detalle de mi cara, de mi cuerpo y luego
escenificaba lo que quería soñar con ayuda de un par de juguetes.
Era un ensayo rudimentario pero había que ser recursiva. Después
de todo, el presupuesto para la producción de sueños está limitado
solamente a lo que la mente pueda abarcar.
El problema de
meditar frente a un espejo es que te ves sin hacer absolutamente
nada. Claro: el mapa de relieves, accidentes y texturas queda
grabado indeleblemente, pero es estático. ¡Fue una tontería! A
veces aparecía una imagen de mí misma como un cuadro, una estatua,
una foto… pero no aparecía yo. Fue el primer fracaso de mi
imaginación: Yo no era parte de ella. ¿Cómo decirlo? No era una
actriz muy cooperativa. Me costaba trabajo soltarme, no podía
interpretar mi parte.
Comencé a grabarme
a mí misma. Dejaba la cámara prendida y escenificaba pequeñas
vignettes de
mi vida: Brigitte estudiando, Brigitte saludando a los abuelos,
Brigitte jugando con sus Little Ponies.
Era una especie de prueba de cámara.
Las acciones no eran muy dinámicas, pero me permitían recordar una
serie de movimientos que podrían ser útiles en la representación
de mis sueños. Fue un trabajo arduo al que sólo podía dedicarle
los fines de semana (lo que no quiere decir que no ensayara algunas
escenas que requerían algo de utilería y extras: Brigitte jugando
con sus amigas del colegio, Brigitte tomando el almuerzo en la
cafetería, Brigitte yendo al videoalquiler con sus padres y
perdiéndose en las sinopsis de las cajas de video, Brigitte tomando
nota frente al televisor mientras tomaba el cereal del sábado…)
Los avances tardaron mucho
en darse. Decidí abandonar el proyecto por algunas semanas (fueron
las semanas más aburridas de mi vida. ¿Qué se suponía que debía
hacer? ¡La producción se había detenido de golpe! Jugaba,
estudiaba y veía televisión para matar el tiempo porque el
remordimiento de procrastinar me estaba matando. Era filmar imágenes
de archivo que no eran muy distintas entre ellas. Un desastre.
Una noche pude
verme. Muy borrosa y falta de detalles, pero absolutamente cinética,
dinámica. Me movía. Brigitte, tomando nota frente al televisor.
Por un tiempo,
aparecí con regularidad en mis sueños. Tenía roles secundarios,
nada del otro mundo. Hasta que mis padres reales decidieron llevarme
a mi primer casting.
Ese día fue
particularmente negro en esta abreviada historia de mi vida
2.
El problema al que
todas las personas nos enfrentamos cuando hablamos de sueños es que
los sueños ajenos nos llevan a pensar en los propios. Casi todos
están hechos de la misma simbología y resulta aterrador descubrir
que, en lo que se supone que es uno de nuestros estados más íntimos,
no somos muy distintos. Hablar con un paciente sobre sus sueños
siempre me hace mal: me obliga a cuestionar mi propia cordura.
Termino pasando horas en vela en las que podría estar soñando algo,
pero no quiero enfrentarme a lo mediocres que pueden ser mis
fantasías en este punto de mi vida.
Tras las que se
volvieron mis tres o cuatro horas de sueño habituales, tomé una
taza de café y un puñado de pastillas. Me vestí y tomé un taxi
al consultorio (se entiende que no estaba en capacidad de manejar mi
coche al trabajo).
¿Alguna vez se han
dormido con los ojos abiertos? Es una habilidad útil para un
siquiatra. Maldita sea: la gente tiende a sentirse tan feliz con sus
propios dramas que acuden a siquiatras, chamanes e incluso homeópatas
para que seamos sus biógrafos. La vida va a seguir y nos va a
destrozar. A todos. El ego es como uno de esos tubos fluorescentes
que tienen una cápsula química. Una vez lo rompes, todo brilla con
una luz sin calor.
Escucho historias
clínicas. Ese ya es un problema.
La gente ha ido robando
terminología de la psiquiatría y de otras ciencias para hablar de
sus problemas. Toda idiotez cobra importancia cuando se habla de
“complejos” y “traumas”. Lo que antes era miedo, ahora es
“fobia”. El miedo es normal. El miedo al mundo es aún más
normal (fue lo que nos permitió sobrevivir como especie). Lo que me
parece una estupidez sin precedentes en la historia humana es tenerle
miedo a sentir miedo. Algún día le perderemos el miedo a meter los
dedos húmedos en el enchufe y el cortocircuito se producirá,
simultáneamente, en la toma y en la evolución humana.
Si, no estoy
pensando como siquiatra. Para ser franco, me importan un carajo mis
pacientes. Ninguno de ellos está roto irreparablemente, ninguno de
ellos está privado de llevar una vida normal. Pero como todos
tenemos “complejos”, “traumas”, “taras”, “desórdenes
de la personalidad” y un montón de chorradas que solo sirven para
diseñar drogas cada vez más adictivas y sedantes, nadie es capaz de
seguir adelante sin esa historia triste que todo el mundo carga en
los bolsillos para comprar un poco de atención.
No quiero escuchar
historias clínicas. Quiero escribirlas. Yo soy el siquiatra. Yo
soy el que tendría que decirles a mis pacientes por qué quieren
matar a sus padres o por qué no pueden parar de comer.
Sí: soy un desastre como
siquiatra. Lo único que me ayuda a levantarme todos los días es
Brigitte Barton.
- El problema de las
terapias alternativas es que fueron diseñadas para encontrar
problemas donde no los hay – me decía Brigitte mientras fumaba
sentada en mi escritorio -. Cumplen la misma función que solían
cumplir algunas religiones: exorcizar el mundo de todos los
demonios. En otras palabras: barrer el piso y fumigar cucarachas.
Esto comienza a tener los
matices de la confesión de un hereje. ¿Qué estoy haciendo?
¿Absolverla?
- El problema es
lo que dejan. Imagine que alguien limpie su habitación. Usted
encuentra su cuarto totalmente impecable y, satisfecho, se va a
dormir. Despierta y, al abrir los ojos, está en un casino. No,
nadie lo arrastró a mientras dormía: su cuarto es ahora un casino
barato, con un bufete gratis y está lleno de turistas obesos en
pantalones cortos. Las luces no lo dejan dormir, el ruido de las
tragamonedas le causa migrañas y tiene que abrirse paso a empujones
para llegar al baño y tomar una ducha.
No sé de qué rayos está
hablando pero es imposible no darme por aludido.
- Imagine que, a
cambio de un poco de paz, usted tiene que profesar y creer en
estupideces que solo lo distraen de sus propias metas. Tiene que
dividir su tiempo y sus recursos entre lo que solía ser su vida y
toda la labor a la que se ve forzado para mantener esa paz.
¿Entiende qué es lo que pasa? Sus creencias lo alienan, refuerzan
los lazos con aquello que le da paz y corta otros vínculos. Eso
termina por reducir el espectro de realidades y solo puede creer en
lo que otros esperan que crea. Un circuito perfecto.
No, no sé de qué rayos
está hablando. Pero no puedo dejar de escucharla.
- Ahora, si me lo
permite, voy a seguir hablándole de mí.
Sigue, Brigitte.
Biografía
Parcial de Brigitte Barton (Segunda Parte)
Cuando mis padres
(los reales) terminaron de arreglarme, de probarme mil combinaciones
de ropa (basados en las sugerencias de mis padres electrónicos), de
peinarme de millones de formas distintas, estaba hecha una muñequita.
Era un jueves por la mañana. No estaba mal poder ausentarme de la
escuela un día, así que accedí a ir a ese casting,
así eso implicara una demora adicional
en mis propios proyectos. Estaba tan arreglada, tan maquillada, tan
vestida que, si me miraban de lejos, parecía una enana de cuarenta
años, arreglada para ir de ligue a un bar. Tuve un par de horas
para mí, así que aproveché para leer un poco (“El Extranjero”,
de Camus) y ver un par de videos en MTV.
Estaba lista. Mis padres
me subieron al carro como si yo fuera una muñeca de porcelana,
atravesaron la ciudad a la velocidad de la luz y comenzamos a hacer
la fila en la que mil aspirantes esperaban su oportunidad, sus quince
minutos de fama. Una de nosotras sería la nueva cara de Shampoo
Finesse Kids.
La cola avanzaba
lentamente, como esas colas de babushkas
que se veían en películas sobre la Unión Soviética y yo me sentía
como una Samantha Smith tomando nota, ensayando un discurson
unificante. Casi nadie recuerda a Samantha Smith. Muy pocos
recuerdan la Guerra Fría. Yo la recuerdo con sus coletas y su
uniforme bajo la mirada severa de los soviéticos que no entendían
qué rayos hacía una niñita hablando con los gamonales de Rusia.
Casi nadie recuerda cuándo y cómo murió, excepto mis padres
electrónicos. A veces hablo con ellos pero cada día les cuesta más
recordar y las imágenes son cada vez más borrosas.
Cuatro horas después,
tras ver cómo hordas de niñas huían del lugar con sus sueños
rotos, era mi turno. La habitación tenía un televisor con un VHS
una cámara y una mesa donde tres personas estaban sentadas. Mi
madre me había pedido que los saludara de beso y que sonriera
bastante. Así lo hice. Me preguntaron mi nombre, me preguntaron si
traía mi portafolio conmigo.
Les entregué una
bolsa de papel amarillo que mis padres me habían entregado.
Comenzó la pesadilla.
Dentro de la bolsa había un casete de VHS. Nadie me había dicho
nada de esto. En el casete, había pegada una nota autoadhesiva que
decía: “Una pequeña muestra en video de la adorable Brigitte
Barton. ¡Es una chica muy fotogénica!”
Les pedí que, por
favor, no vieran el video. Les rogué que, por favor, me dejaran
presentar mi prueba, les pedí que no les hicieran caso a mis padres
reales. Fue en vano.
Lo que los
asistentes de casting estaban
por ver eran mis propias pruebas de cámara. Las que usaba para
estudiar y dirigir mis sueños.
Ahí estaba Brigitte
estudiando, Brigitte saludando a los abuelos, Brigitte jugando con
sus Little Ponies. Brigitte
siendo Brigitte para ella misma y nadie más, para darle a sus sueños
la oportunidad de experimentarse a sí mismos desde distintos
ángulos. Mis padres (si así les puedo seguir llamando, para
continuidad del relato) sabían que me filmaba, sabían dónde
guardaba mis videos, mis videos secretos, los videos de mi gran
proyecto. Habían tomado uno de los casetes sin permiso y lo habían
entregado. No solo eso, lo habían hecho sin mi permiso, sin
consultarme, sin preguntar qué eran.
Abandoné la sala
silenciosamente. Caminé a través de niñas que esperaban a que sus
sueños fueran destrozados metódicamente. Nunca lo suficientemente
bonitas, nunca lo suficientemente fotogénicas, jamás lo
suficientemente idóneas para ser la cara de Shampoo Finesse Kids.
Me abrí paso entre la gente, mordiéndome los labios.
Ellos preguntaron cómo me
fue.
Grité, para que todos
escucharan:
“¡Ustedes destruyeron
mi infancia!”.
El recorrido a casa
fue bastante silencioso. Menos mal, necesitaba comenzar mi proceso
de duelo y pensar en cómo resolver este inconveniente en la
producción de mis sueños. Sobre todo, necesitaba reorganizar mi
vida.
3.
El insomnio, pasado cierto
tiempo, te lleva a la claridad mental. Una noche, encerrado en mi
consultorio, concluí algo importante:
Esto no soy yo.
Esto es mi rutina.
Esto es mi modesta colección de diplomas colgando de la pared. Esto
es el pequeño momento de libertad mal aprovechada entre paciente y
paciente, en el que organizo mi escritorio para dar una impresión de
impecabilidad, de profesionalismo. Los lápices vuelven a su sitio,
los apuntes y carpetas ocupan su lugar, siempre perpendiculares al
borde de la mesa, la circunferencia de mi taza de café en las
tangentes de mi mesa.
Esto no tiene nada
que ver conmigo. Si alguien quisiera obtener un mínimo de
información sobre mí a partir de mi consultorio, no podría obtener
nada, nada aparte de lo que mis diplomas indican. Si alguien me
pregunta por qué comencé a hacer todo esto, lo único que puedo
decir (y se trata solamente de conjeturas) es que construí mi vida
para quemarla. Todo en ella es inflamable y sé que alguien va a
usarme para hacer volar un puente.
Lo noto, finalmente.
Mi corbata está demasiado apretada, mis zapatos están muy
ajustados, mi escritorio es tan organizado que causa un malestar
parecido al asco (como cuando se prueba un edulcorante artificial),
mi agenda está ocupada de aquí hasta el Final de Los Tiempos. ¿Es
posible que nadie más lo note? Todos somos artilugios pirotécnicos
y vamos a ser usados para demoler el mundo. Quien haya ingeniado
este plan sabía lo que estaba haciendo. Los filisteos no solamente
morirán con Sansón: sus cráneos serán usados como metralla.
No soy capaz de sacar a
Brigitte de esa empresa que comenzó. Yo mismo busco soñar con
algo. Soy tan patético que mi sueño es poder soñar algo. Ella lo
notó. Fue lo que encontró en mi pequeña mafia de terapeutas y,
poco a poco, nos fue destrozando.
Brigitte habla y yo
me siento hundiéndome en un barco. Un barco ridículo, diminuto,
hecho de cáscaras de coco y hojas de plátano. Me siento escapando
de la Isla de Gilligan a la que volveré empujado por las olas una
vez las rocas vuelvan polvo mis huesos.
- Esto no está
funcionando, doctor. ¿Cuántas sesiones llevamos? ¿Tres
incluyendo esta? No veo que estemos avanzando y, francamente, hay
momentos en los que siento que me está haciendo perder el tiempo.
Lamento seriamente tener que decir esto, pero creo que voy a tener
que tomar medidas drásticas.
Esto no soy yo. Esto es
un tipo que escucha cómo, finalmente, llegó al límite de su
capacidad como siquiatra. Una crisis de la mediana edad, una
paciente atractiva que es actriz (así se en su propia cabeza, dentro
de su propia cabeza), una semana entera con las inseguridades
abriéndome surcos que destilan fracaso. Ella es solo un pretexto.
Esto se veía venir desde el día en el que decidí trabajar en esto.
Vamos a intentar algo
distinto.
- Vamos a intentar algo
distinto.
¿Qué? Esas son
mis palabras.
- De aquí en adelante,
usted va a ser lo que quiere ser. Ninguno de los dos está
obteniendo lo que quiere de esta relación. Yo lo sé, usted lo
sabe. Esto no es un secreto. ¿Quiere saber qué llevo bajo mi
abrigo? Es su decisión.
Ella
cerró los ojos y se echó hacia atrás, invitándome a deshacer el
nudo que cerraba el cinturón de su abrigo.
Esto
no soy yo. Las manos que tiemblan no son las mías. Se aproximan,
frías y sudorosas, a eso en lo que no he podido dejar de pensar. Mi
fracaso, mi frustración, mi vida desperdiciada. Sigo y siento el
corazón retumbando en mi cabeza.
¿Debajo
de ese abrigo… hay algo para mí?
Si hay algo que define la juventud es la suma de inconsistencia y mutabilidad. Llegada cierta edad, perdí el interés en la producción de sueños y viví lo que se podría llamar una adolescencia normal. Sin mayores inconvenientes, llegué a los veinte años con las experiencias y la sabiduría que se espera de una chica de mi generación. Esto es una elipsis arbitraria, pero el tiempo apremia.
Hace unas noches soñé conmigo
Estaba sentada
conmigo misma, tomando té en un jardín. Es decir, había dos
Brigittes, sentadas sobre una manta a
cuadros, tomando té. Ambas estábamos (¿estaban?) vestidas
exactamente igual y sus movimientos eran idénticos. Era difícil
decir qué edad teníamos. Podríamos ser unas niñas o un par de
mujeres adultas. El ángulo de la cámara hacía imposible saberlo.
Me dije a mí misma que
había olvidado algo importante. Que desde hace años aguardaba, que
mi equipo esperaba mis instrucciones para poder seguir creando
sueños.
Me dije, algo
apenada, que lo sentía mucho, pero que estaba reuniendo material,
que estas cosas toman tiempo y que podríamos apartar algunas horas
durante la noche para revisar el plan y retomar. Que, si esperaba un
poco, podríamos seguir con la producción. Me dije, enojada, que
debía dejarme de tonterías. Que no había quién se tragara esas
mentiras. Que si mañana no volvía al estudio iba a tener
problemas.
Me dije que no me
iba a dejar intimidar de mí misma. Que me conocía bastante bien y
que si, en verdad, estuviera comprometida con esto, le habría
dedicado más tiempo y hubiera hecho el esfuerzo por mantenerme en
contacto conmigo misma. Me reproché por haber envejecido y cometer
demasiados errores en mi vida y porque ya era demasiado tarde para
usar el material que teníamos antes. Que de nada nos servían los
ensayos con los Little Ponies porque
ya estaba demasiado vieja para jugar con ellos. Aunque sabía que,
en mis sueños, podía ser lo que se me diera la gana, era difícil
reutilizar el material que se había acumulado sin hacer magia con la
edición.
Tengo que aclarar
que esto no fue un diálogo entre mis dos versiones que tomaban té.
Ambas hablaban conmigo, la Brigitte que estaba detrás de cámara.
Al mismo tiempo, algo así como un coro de una sola voz.
Traté de ignorarme por un
tiempo pero, desde entonces, solo tengo pesadillas. Lo peor de todo
es que no logro recordarlas, pero me levanto todas las noches con una
sensación de muerte inminente. Creo que me quiero matar para poder
quedarme a cargo de la producción. Estoy conspirando contra mí
misma.
Por eso he buscado la
ayuda de cuanto terapeuta se ha atravesado en mi camino. Al
principio me ponía en sus manos, pero las pesadillas solamente
empeoraban y nadie sabía cómo hacerlas parar. Ni las gotas, ni los
cristales ni los cuestionarios interminables me ayudaron. Así llegué
a usted, doctor.
Solo me queda preguntarle:
¿quiere saber qué hay debajo de mi abrigo?
4.
Deshice el nudo del
cinturón que rodeaba su cintura. Abrí botón tras botón hasta
llegar a una piel blanca, apenas levemente rosada. Hundí mi cara en
ella y la cubrí de besos. Brigitte enredaba sus dedos en mi pelo y
me guiaba a su Monte de Venus suavemente.
Al carajo la ética
laboral: Me estoy follando a una paciente y, aunque ella siga igual
de loca, las drogas – recomendadas por otro siquiatra que también
se folla a sus pacientes – parecen ser un excelente sucedáneo de
la cordura.
Además, fue idea de ella.
A mí me pareció buenísima.
Total, me siguen pagando.
En este momento es muy
posible que, para ustedes, yo sea un irresponsable y posiblemente un
monstruo. Si ese es el caso, me parece conveniente aclarar dos
cosas:
a. Las pastillas las
tomamos (sí, ella y yo… ¿les sorprende?) para fines puramente
recreativo y siempre después de joder. Quiero decir con esto que
no se trata de atiborrarla de calmantes para echarme un polvo
calladamente. Soy un desastre pero no soy un violador. ¿Queda
claro?
b. No siempre fue así.
Bajo el abrigo de Brigitte
se escondía la destrucción total que lleva a las posibilidades
infinitas. Ella fue mi último fracaso como siquiatra pero, a la
vez, me quitó un peso de encima. ¿Cómo quitarle un ensueño tan
encantador a alguien? Mi propia vida era un infierno tan envolvente
que ni siquiera me atrevía a soñar por temor a tener que despertar.
Y aquí está
Brigitte, perfeccionando el proceso que todos deberíamos tener como
plan de escape. Ahí está Brigitte, quitándose ataduras para
continuar un proyecto más grande que ella misma. ¿Dónde
despertará?
c. Nunca fui un
siquiatra.
Si en este momento
me preguntan qué soy, no tengo ni la más remota idea. Puedo ser
cualquier cosa. Sé que en algún momento tendré que despertar,
pero me alegra no estar seguro de cuándo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario