jueves, 13 de septiembre de 2012

biografía parcial de brigitte barton


1.

Al carajo la ética laboral: Me estoy follando a una paciente y, aunque ella siga igual de loca, las drogas – recomendadas por un siquiatra que también se folla a sus pacientes – parecen ser un excelente sucedáneo de la cordura.

Además, fue idea de ella. A mí me pareció buenísima.

Total, me siguen pagando.

En este momento es muy posible que, para ustedes, yo sea un irresponsable y un monstruo. Si ese es el caso, me parece conveniente aclarar dos cosas:

a.  Las pastillas las tomamos (sí, ella y yo… ¿les sorprende?) para fines puramente recreativos y siempre después de joder. Quiero decir con esto que no se trata de atiborrarla de calmantes para echarme un polvo calladamente. Soy un desastre pero no soy un violador. ¿Queda claro?

b.  No siempre fue así.

Voy a tratar de explicarme.



Brigitte llegó a mi consultorio remitida por un amigo sicoterapeuta. Es común que nos rotemos a un paciente entre varios especialistas, así todos nos beneficiamos (éramos él, un terapeuta holístico, una homeópata, un psicólogo y yo). Esta vez fue un poco distinta. La homeópata se había dado por vencida, el terapeuta holístico había gastado toda su palabrería de alineación de chakras, sus tanteos de reiki y el psicólogo solo pudo aguantar un par de rounds con ella. Cuando el sicoterapeuta me llamó, solo me dijo “si puedes hacer algo, dale… la verdad esto es demasiado. Ese monstruo se me está saliendo de las manos y no me gusta.”

Esa es la diferencia entre un charlatán y un profesional: los profesionales, por obra y gracia de nuestros méritos académicos, no podemos darnos por vencido tan fácilmente. O por lo menos eso creía.

Tres días después, Brigitte entró a mi consultorio. ¿Ese era el famoso monstruo que le había causado pesadillas al terapeuta holístico y había doblegado a la homeópata hasta llevarla a un consumo compulsivo de gotitas de valeriana y lavanda?

El flequillo le cubría unos ojos enormes y los mechones de pelo escondían una cara que se adivinaba hermosa. Durante toda la sesión, se negó a quitarse un abrigo de tweed – y hay que aceptarlo, mi consultorio es bastante frío… pero no era para tanto.

- Bien… Srta. Barton: ¿Qué la trae por acá? – Una pregunta supremamente idiota. Tenía en la mano su historial, pero no quería leerlo. Creo que ella notó ese detalle.

- Necesito algo de tranquilidad. No duermo muy bien últimamente.

- Ajá… insomnio.

- No, no… duermo poco. Unas tres o cuatro horas diarias, pero no necesito más. Me basta y me sobra con eso. La verdad es que ando muy ocupada y quisiera algo de tranquilidad

- Veo, veo… Cuando usted dice “ocupada”, ¿a qué se refiere exactamente?

Ella sonrió. Es tan típico: Todos los locos tienen esa sonrisa, como si sus procesos mentales fueran análogos a los de una persona normal y nosotros tuviéramos que sentirnos como imbéciles por no entender qué rayos está pasando. Una sonrisa condescendiente y algo aterradora. Pero es difícil amedrentarme.

- Veo que no ha tenido tiempo de leer mis expedientes. Me alegra. Hasta cierto punto, creo que puedo comenzar a respetarlo. Si usted se va a fiar de lo que un montón de fracasados le digan sobre mí y no de lo que usted percibe, le garantizo que eso puede afectar su percepción hasta hacer de este proceso algo inútil.

Es muy difícil intimidarme.

- ¿Sabe usted en que consiste la homeopatía, doctor? Para curar una enfermedad (supongamos que, en este caso, se trata de insomnio), el homeópata toma una sustancia que produzca los mismos síntomas de la enfermedad (cafeína, por ejemplo) y diluye una cantidad mínima en una cantidad absurda de agua. Una gota en una piscina olímpica. Se supone que el agua tiene… “memoria”. Así que toma una gota de esa gota diluida y la diluye en otra piscina olímpica. Así, infinitas veces. La “memoria” del agua hace la cura. Si eso fuera cierto, bastaría con abrir el grifo y tomar una cucharada diaria de agua de la llave para curar todos los males. Un agua con la memoria infinita de cientos de curas y soluciones. La chica que me mandó al terapeuta holístico (un charlatán menos sofisticado que ella) no solo hizo un pésimo diagnóstico al asumir que mi problema era el insomnio. Me dio un frasco con gotas homeopáticas. ¿Sabe qué hice, doctor?

Es muy difícil… no imposible.

- Las tragué de un solo golpe. La chica se agarraba la cabeza, me indicó cómo vomitar, llamó a toxicología. Todo por unas cuantas gotas de agua. Los de la ambulancia mascullaban palabrotas mientras miraban el frasquito. Agua, doctor. La chica armó un escándalo porque me tragué un frasco con agua. Si hay algo terrible de ser un charlatán es comenzar a confundir verdades con mentiras. Así que, antes de continuar… ¿va a hacer de cuenta que me escucha o va a escucharme y a trabajar en mi caso?

Tragué saliva, me aclaré la garganta y mirando el fólder con su historia le dije que, si bien iba a hacer lo posible por escucharla, tenía que regirme por las directrices de la psiquiatría clínica. Le dije que tenía que tomar alguna distancia de ella para poder comenzar la terapia, pero que también era mi deber tratarla con dignidad y confiar en ella. Es la clase de rollo que soltamos para aflojar un poco a los escépticos.

- Bien. Me gusta. Ya que esos son los términos, voy a comenzar por lo importante…

La detuve. Le dije que era yo quien determinaba cómo y cuándo comenzar. Que ya tendría un espacio para decirme lo que tenía que contar.

- No, doctor. No entiende. Le estoy ahorrando pasos. Solo quiero algo de tranquilidad para poder seguir trabajando en mis proyectos. La verdad es que siento un peso muy grande y no sé si pueda seguir con lo que me propuse. Necesito apoyo, necesito comprensión, necesito un par de días a la semana para hablar con alguien de todo lo que me está pasando por la cabeza.

Mierda… una hipocondríaca con delirios de grandeza. No, no es la terminología profesional pero fue lo primero que se me vino a la cabeza. “Transtorno Histriónico de la Personalidad” fue lo primero que anoté. Estamos hablando de una chica que cree ser una artista incomprendida, agobiada por el peso de las revelaciones que le han sido confiadas por las musas. ¿Sabes qué remedio hay para eso? Ninguno. Las histéricas siempre serán histéricas. A lo sumo las puedes dopar sólo para ahorrarle algunos dolores de cabeza a quienes las rodean pero… la verdad, no hay mucho por hacer.

La primera sesión fue un duelo: Yo trataba de extraer algo de información y ella, inmediatamente, volvía a su discurso. Faltaban sólo diez minutos, pero le dije que su sesión había terminado. Estaba exhausto.

La homeópata estaba inconsolable. Había comenzado a abusar de la aromaterapia, lo que desencadenó en un episodio alérgico. Prácticamente estaba esnifando velas de nuez moscada y clavo para controlar la ansiedad y terminó sufriendo una sinusitis crónica. El terapeuta holístico no respondía mis llamadas. Meses mas tarde, lo encontré en una estación de bus con el botoncito de “¿quieres bajar de peso? Pregúntame cómo”. El sicólogo seguía atendiendo en su consultorio pero se negaba a hablar de Brigitte. Nadie sabía qué decirme sobre Brigitte Barton. Nada que no fueran advertencias ominosas. Despaché a los pacientes rápidamente esa semana para poder pensar un poco más en Brigitte.

No sabía qué me inquietaba realmente. Dormía menos. Unas tres o cuatro horas al día.

- Tal vez sea momento de contarle mis planes, doctor. Pero antes, una pequeña introducción.

¡Qué desfachatez! La dejé seguir. Tal vez en algún momento se canse.


Biografía Parcial de Brigitte Barton (Primera Parte)

Vengo de tiempos distintos y distantes. Mi madre fue la televisión y mi padre fue el video. Sé que esto puede ser el síntoma del consumismo idiota que caracterizó a los ochentas, pero no se sientan mal por mí. Por lo que he logrado deducir, mi infancia ha sido una de las mejores que una chica de mi generación pudo tener. En muchos casos, los padres de familias separadas se esmeran tanto en compensar sus propios fracasos emocionales que terminan siendo mejores padres y madres de lo que hubieran podido ser bajo un mismo techo. En este caso, mis padres reales estaban divorciados de mis padres electrónicos. Por lo tanto, el tiempo que pasaba con la televisión y el video era tan edificante como el tiempo que mis padres genéticos destinaban a mi educación. Tuve lo mejor de dos familias. La televisión por cable me enseñaba sobre la humanidad, el video me enseñaba sobre el séptimo arte. Es extraño cómo, para muchos, mi proceso fue inverso: Me entretenía más leer y aprendía más frente a la pantalla.

Mis sueños eran un cine personal. Lo que aprendía de la televisión animaba lo que soñaba cuando leía. Siempre me pareció extraño que mis sueños ocurrieran en primera persona. Casi nunca soñaba desde otras perspectivas. Siempre era la cámara. Pasé todo un verano meditando frente al espejo. Quería dibujarme en mi cabeza para luego echarme a andar en mis propios sueños. Me quedaba mirándome por horas, absorbiendo cada detalle de mi cara, de mi cuerpo y luego escenificaba lo que quería soñar con ayuda de un par de juguetes. Era un ensayo rudimentario pero había que ser recursiva. Después de todo, el presupuesto para la producción de sueños está limitado solamente a lo que la mente pueda abarcar.

El problema de meditar frente a un espejo es que te ves sin hacer absolutamente nada. Claro: el mapa de relieves, accidentes y texturas queda grabado indeleblemente, pero es estático. ¡Fue una tontería! A veces aparecía una imagen de mí misma como un cuadro, una estatua, una foto… pero no aparecía yo. Fue el primer fracaso de mi imaginación: Yo no era parte de ella. ¿Cómo decirlo? No era una actriz muy cooperativa. Me costaba trabajo soltarme, no podía interpretar mi parte.

Comencé a grabarme a mí misma. Dejaba la cámara prendida y escenificaba pequeñas vignettes de mi vida: Brigitte estudiando, Brigitte saludando a los abuelos, Brigitte jugando con sus Little Ponies. Era una especie de prueba de cámara. Las acciones no eran muy dinámicas, pero me permitían recordar una serie de movimientos que podrían ser útiles en la representación de mis sueños. Fue un trabajo arduo al que sólo podía dedicarle los fines de semana (lo que no quiere decir que no ensayara algunas escenas que requerían algo de utilería y extras: Brigitte jugando con sus amigas del colegio, Brigitte tomando el almuerzo en la cafetería, Brigitte yendo al videoalquiler con sus padres y perdiéndose en las sinopsis de las cajas de video, Brigitte tomando nota frente al televisor mientras tomaba el cereal del sábado…)

Los avances tardaron mucho en darse. Decidí abandonar el proyecto por algunas semanas (fueron las semanas más aburridas de mi vida. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¡La producción se había detenido de golpe! Jugaba, estudiaba y veía televisión para matar el tiempo porque el remordimiento de procrastinar me estaba matando. Era filmar imágenes de archivo que no eran muy distintas entre ellas. Un desastre.

Una noche pude verme. Muy borrosa y falta de detalles, pero absolutamente cinética, dinámica. Me movía. Brigitte, tomando nota frente al televisor.

Por un tiempo, aparecí con regularidad en mis sueños. Tenía roles secundarios, nada del otro mundo. Hasta que mis padres reales decidieron llevarme a mi primer casting.

Ese día fue particularmente negro en esta abreviada historia de mi vida


2.

El problema al que todas las personas nos enfrentamos cuando hablamos de sueños es que los sueños ajenos nos llevan a pensar en los propios. Casi todos están hechos de la misma simbología y resulta aterrador descubrir que, en lo que se supone que es uno de nuestros estados más íntimos, no somos muy distintos. Hablar con un paciente sobre sus sueños siempre me hace mal: me obliga a cuestionar mi propia cordura. Termino pasando horas en vela en las que podría estar soñando algo, pero no quiero enfrentarme a lo mediocres que pueden ser mis fantasías en este punto de mi vida.

Tras las que se volvieron mis tres o cuatro horas de sueño habituales, tomé una taza de café y un puñado de pastillas. Me vestí y tomé un taxi al consultorio (se entiende que no estaba en capacidad de manejar mi coche al trabajo).

¿Alguna vez se han dormido con los ojos abiertos? Es una habilidad útil para un siquiatra. Maldita sea: la gente tiende a sentirse tan feliz con sus propios dramas que acuden a siquiatras, chamanes e incluso homeópatas para que seamos sus biógrafos. La vida va a seguir y nos va a destrozar. A todos. El ego es como uno de esos tubos fluorescentes que tienen una cápsula química. Una vez lo rompes, todo brilla con una luz sin calor.

Escucho historias clínicas. Ese ya es un problema.

La gente ha ido robando terminología de la psiquiatría y de otras ciencias para hablar de sus problemas. Toda idiotez cobra importancia cuando se habla de “complejos” y “traumas”. Lo que antes era miedo, ahora es “fobia”. El miedo es normal. El miedo al mundo es aún más normal (fue lo que nos permitió sobrevivir como especie). Lo que me parece una estupidez sin precedentes en la historia humana es tenerle miedo a sentir miedo. Algún día le perderemos el miedo a meter los dedos húmedos en el enchufe y el cortocircuito se producirá, simultáneamente, en la toma y en la evolución humana.

Si, no estoy pensando como siquiatra. Para ser franco, me importan un carajo mis pacientes. Ninguno de ellos está roto irreparablemente, ninguno de ellos está privado de llevar una vida normal. Pero como todos tenemos “complejos”, “traumas”, “taras”, “desórdenes de la personalidad” y un montón de chorradas que solo sirven para diseñar drogas cada vez más adictivas y sedantes, nadie es capaz de seguir adelante sin esa historia triste que todo el mundo carga en los bolsillos para comprar un poco de atención.

No quiero escuchar historias clínicas. Quiero escribirlas. Yo soy el siquiatra. Yo soy el que tendría que decirles a mis pacientes por qué quieren matar a sus padres o por qué no pueden parar de comer.

Sí: soy un desastre como siquiatra. Lo único que me ayuda a levantarme todos los días es Brigitte Barton.

- El problema de las terapias alternativas es que fueron diseñadas para encontrar problemas donde no los hay – me decía Brigitte mientras fumaba sentada en mi escritorio -. Cumplen la misma función que solían cumplir algunas religiones: exorcizar el mundo de todos los demonios. En otras palabras: barrer el piso y fumigar cucarachas.

Esto comienza a tener los matices de la confesión de un hereje. ¿Qué estoy haciendo? ¿Absolverla?

- El problema es lo que dejan. Imagine que alguien limpie su habitación. Usted encuentra su cuarto totalmente impecable y, satisfecho, se va a dormir. Despierta y, al abrir los ojos, está en un casino. No, nadie lo arrastró a mientras dormía: su cuarto es ahora un casino barato, con un bufete gratis y está lleno de turistas obesos en pantalones cortos. Las luces no lo dejan dormir, el ruido de las tragamonedas le causa migrañas y tiene que abrirse paso a empujones para llegar al baño y tomar una ducha.

No sé de qué rayos está hablando pero es imposible no darme por aludido.

- Imagine que, a cambio de un poco de paz, usted tiene que profesar y creer en estupideces que solo lo distraen de sus propias metas. Tiene que dividir su tiempo y sus recursos entre lo que solía ser su vida y toda la labor a la que se ve forzado para mantener esa paz. ¿Entiende qué es lo que pasa? Sus creencias lo alienan, refuerzan los lazos con aquello que le da paz y corta otros vínculos. Eso termina por reducir el espectro de realidades y solo puede creer en lo que otros esperan que crea. Un circuito perfecto.

No, no sé de qué rayos está hablando. Pero no puedo dejar de escucharla.

- Ahora, si me lo permite, voy a seguir hablándole de mí.

Sigue, Brigitte.


Biografía Parcial de Brigitte Barton (Segunda Parte)

Cuando mis padres (los reales) terminaron de arreglarme, de probarme mil combinaciones de ropa (basados en las sugerencias de mis padres electrónicos), de peinarme de millones de formas distintas, estaba hecha una muñequita. Era un jueves por la mañana. No estaba mal poder ausentarme de la escuela un día, así que accedí a ir a ese casting, así eso implicara una demora adicional en mis propios proyectos. Estaba tan arreglada, tan maquillada, tan vestida que, si me miraban de lejos, parecía una enana de cuarenta años, arreglada para ir de ligue a un bar. Tuve un par de horas para mí, así que aproveché para leer un poco (“El Extranjero”, de Camus) y ver un par de videos en MTV.

Estaba lista. Mis padres me subieron al carro como si yo fuera una muñeca de porcelana, atravesaron la ciudad a la velocidad de la luz y comenzamos a hacer la fila en la que mil aspirantes esperaban su oportunidad, sus quince minutos de fama. Una de nosotras sería la nueva cara de Shampoo Finesse Kids.

La cola avanzaba lentamente, como esas colas de babushkas que se veían en películas sobre la Unión Soviética y yo me sentía como una Samantha Smith tomando nota, ensayando un discurson unificante. Casi nadie recuerda a Samantha Smith. Muy pocos recuerdan la Guerra Fría. Yo la recuerdo con sus coletas y su uniforme bajo la mirada severa de los soviéticos que no entendían qué rayos hacía una niñita hablando con los gamonales de Rusia. Casi nadie recuerda cuándo y cómo murió, excepto mis padres electrónicos. A veces hablo con ellos pero cada día les cuesta más recordar y las imágenes son cada vez más borrosas.

Cuatro horas después, tras ver cómo hordas de niñas huían del lugar con sus sueños rotos, era mi turno. La habitación tenía un televisor con un VHS una cámara y una mesa donde tres personas estaban sentadas. Mi madre me había pedido que los saludara de beso y que sonriera bastante. Así lo hice. Me preguntaron mi nombre, me preguntaron si traía mi portafolio conmigo.

Les entregué una bolsa de papel amarillo que mis padres me habían entregado.

Comenzó la pesadilla. Dentro de la bolsa había un casete de VHS. Nadie me había dicho nada de esto. En el casete, había pegada una nota autoadhesiva que decía: “Una pequeña muestra en video de la adorable Brigitte Barton. ¡Es una chica muy fotogénica!”

Les pedí que, por favor, no vieran el video. Les rogué que, por favor, me dejaran presentar mi prueba, les pedí que no les hicieran caso a mis padres reales. Fue en vano.

Lo que los asistentes de casting estaban por ver eran mis propias pruebas de cámara. Las que usaba para estudiar y dirigir mis sueños.

Ahí estaba Brigitte estudiando, Brigitte saludando a los abuelos, Brigitte jugando con sus Little Ponies. Brigitte siendo Brigitte para ella misma y nadie más, para darle a sus sueños la oportunidad de experimentarse a sí mismos desde distintos ángulos. Mis padres (si así les puedo seguir llamando, para continuidad del relato) sabían que me filmaba, sabían dónde guardaba mis videos, mis videos secretos, los videos de mi gran proyecto. Habían tomado uno de los casetes sin permiso y lo habían entregado. No solo eso, lo habían hecho sin mi permiso, sin consultarme, sin preguntar qué eran.

Abandoné la sala silenciosamente. Caminé a través de niñas que esperaban a que sus sueños fueran destrozados metódicamente. Nunca lo suficientemente bonitas, nunca lo suficientemente fotogénicas, jamás lo suficientemente idóneas para ser la cara de Shampoo Finesse Kids. Me abrí paso entre la gente, mordiéndome los labios.

Ellos preguntaron cómo me fue.

Grité, para que todos escucharan:

“¡Ustedes destruyeron mi infancia!”.

El recorrido a casa fue bastante silencioso. Menos mal, necesitaba comenzar mi proceso de duelo y pensar en cómo resolver este inconveniente en la producción de mis sueños. Sobre todo, necesitaba reorganizar mi vida.


3.

El insomnio, pasado cierto tiempo, te lleva a la claridad mental. Una noche, encerrado en mi consultorio, concluí algo importante:

Esto no soy yo.

Esto es mi rutina. Esto es mi modesta colección de diplomas colgando de la pared. Esto es el pequeño momento de libertad mal aprovechada entre paciente y paciente, en el que organizo mi escritorio para dar una impresión de impecabilidad, de profesionalismo. Los lápices vuelven a su sitio, los apuntes y carpetas ocupan su lugar, siempre perpendiculares al borde de la mesa, la circunferencia de mi taza de café en las tangentes de mi mesa.

Esto no tiene nada que ver conmigo. Si alguien quisiera obtener un mínimo de información sobre mí a partir de mi consultorio, no podría obtener nada, nada aparte de lo que mis diplomas indican. Si alguien me pregunta por qué comencé a hacer todo esto, lo único que puedo decir (y se trata solamente de conjeturas) es que construí mi vida para quemarla. Todo en ella es inflamable y sé que alguien va a usarme para hacer volar un puente.

Lo noto, finalmente. Mi corbata está demasiado apretada, mis zapatos están muy ajustados, mi escritorio es tan organizado que causa un malestar parecido al asco (como cuando se prueba un edulcorante artificial), mi agenda está ocupada de aquí hasta el Final de Los Tiempos. ¿Es posible que nadie más lo note? Todos somos artilugios pirotécnicos y vamos a ser usados para demoler el mundo. Quien haya ingeniado este plan sabía lo que estaba haciendo. Los filisteos no solamente morirán con Sansón: sus cráneos serán usados como metralla.

No soy capaz de sacar a Brigitte de esa empresa que comenzó. Yo mismo busco soñar con algo. Soy tan patético que mi sueño es poder soñar algo. Ella lo notó. Fue lo que encontró en mi pequeña mafia de terapeutas y, poco a poco, nos fue destrozando.

Brigitte habla y yo me siento hundiéndome en un barco. Un barco ridículo, diminuto, hecho de cáscaras de coco y hojas de plátano. Me siento escapando de la Isla de Gilligan a la que volveré empujado por las olas una vez las rocas vuelvan polvo mis huesos.

- Esto no está funcionando, doctor. ¿Cuántas sesiones llevamos? ¿Tres incluyendo esta? No veo que estemos avanzando y, francamente, hay momentos en los que siento que me está haciendo perder el tiempo. Lamento seriamente tener que decir esto, pero creo que voy a tener que tomar medidas drásticas.

Esto no soy yo. Esto es un tipo que escucha cómo, finalmente, llegó al límite de su capacidad como siquiatra. Una crisis de la mediana edad, una paciente atractiva que es actriz (así se en su propia cabeza, dentro de su propia cabeza), una semana entera con las inseguridades abriéndome surcos que destilan fracaso. Ella es solo un pretexto. Esto se veía venir desde el día en el que decidí trabajar en esto.

Vamos a intentar algo distinto.

- Vamos a intentar algo distinto.

¿Qué? Esas son mis palabras.

- De aquí en adelante, usted va a ser lo que quiere ser. Ninguno de los dos está obteniendo lo que quiere de esta relación. Yo lo sé, usted lo sabe. Esto no es un secreto. ¿Quiere saber qué llevo bajo mi abrigo? Es su decisión.

Ella cerró los ojos y se echó hacia atrás, invitándome a deshacer el nudo que cerraba el cinturón de su abrigo.

Esto no soy yo. Las manos que tiemblan no son las mías. Se aproximan, frías y sudorosas, a eso en lo que no he podido dejar de pensar. Mi fracaso, mi frustración, mi vida desperdiciada. Sigo y siento el corazón retumbando en mi cabeza.

¿Debajo de ese abrigo… hay algo para mí?


Biografía Parcial de Brigitte Barton (Tercera Parte)

Si hay algo que define la juventud es la suma de inconsistencia y mutabilidad. Llegada cierta edad, perdí el interés en la producción de sueños y viví lo que se podría llamar una adolescencia normal. Sin mayores inconvenientes, llegué a los veinte años con las experiencias y la sabiduría que se espera de una chica de mi generación. Esto es una elipsis arbitraria, pero el tiempo apremia.

Hace unas noches soñé conmigo

Estaba sentada conmigo misma, tomando té en un jardín. Es decir, había dos Brigittes, sentadas sobre una manta a cuadros, tomando té. Ambas estábamos (¿estaban?) vestidas exactamente igual y sus movimientos eran idénticos. Era difícil decir qué edad teníamos. Podríamos ser unas niñas o un par de mujeres adultas. El ángulo de la cámara hacía imposible saberlo.

Me dije a mí misma que había olvidado algo importante. Que desde hace años aguardaba, que mi equipo esperaba mis instrucciones para poder seguir creando sueños.

Me dije, algo apenada, que lo sentía mucho, pero que estaba reuniendo material, que estas cosas toman tiempo y que podríamos apartar algunas horas durante la noche para revisar el plan y retomar. Que, si esperaba un poco, podríamos seguir con la producción. Me dije, enojada, que debía dejarme de tonterías. Que no había quién se tragara esas mentiras. Que si mañana no volvía al estudio iba a tener problemas.

Me dije que no me iba a dejar intimidar de mí misma. Que me conocía bastante bien y que si, en verdad, estuviera comprometida con esto, le habría dedicado más tiempo y hubiera hecho el esfuerzo por mantenerme en contacto conmigo misma. Me reproché por haber envejecido y cometer demasiados errores en mi vida y porque ya era demasiado tarde para usar el material que teníamos antes. Que de nada nos servían los ensayos con los Little Ponies porque ya estaba demasiado vieja para jugar con ellos. Aunque sabía que, en mis sueños, podía ser lo que se me diera la gana, era difícil reutilizar el material que se había acumulado sin hacer magia con la edición.

Tengo que aclarar que esto no fue un diálogo entre mis dos versiones que tomaban té. Ambas hablaban conmigo, la Brigitte que estaba detrás de cámara. Al mismo tiempo, algo así como un coro de una sola voz. 

Traté de ignorarme por un tiempo pero, desde entonces, solo tengo pesadillas. Lo peor de todo es que no logro recordarlas, pero me levanto todas las noches con una sensación de muerte inminente. Creo que me quiero matar para poder quedarme a cargo de la producción. Estoy conspirando contra mí misma.

Por eso he buscado la ayuda de cuanto terapeuta se ha atravesado en mi camino. Al principio me ponía en sus manos, pero las pesadillas solamente empeoraban y nadie sabía cómo hacerlas parar. Ni las gotas, ni los cristales ni los cuestionarios interminables me ayudaron. Así llegué a usted, doctor.
Solo me queda preguntarle: ¿quiere saber qué hay debajo de mi abrigo?


4.

Deshice el nudo del cinturón que rodeaba su cintura. Abrí botón tras botón hasta llegar a una piel blanca, apenas levemente rosada. Hundí mi cara en ella y la cubrí de besos. Brigitte enredaba sus dedos en mi pelo y me guiaba a su Monte de Venus suavemente.

Al carajo la ética laboral: Me estoy follando a una paciente y, aunque ella siga igual de loca, las drogas – recomendadas por otro siquiatra que también se folla a sus pacientes – parecen ser un excelente sucedáneo de la cordura.

Además, fue idea de ella. A mí me pareció buenísima.

Total, me siguen pagando.

En este momento es muy posible que, para ustedes, yo sea un irresponsable y posiblemente un monstruo. Si ese es el caso, me parece conveniente aclarar dos cosas:

a.  Las pastillas las tomamos (sí, ella y yo… ¿les sorprende?) para fines puramente recreativo y siempre después de joder. Quiero decir con esto que no se trata de atiborrarla de calmantes para echarme un polvo calladamente. Soy un desastre pero no soy un violador. ¿Queda claro?

b.  No siempre fue así.

Bajo el abrigo de Brigitte se escondía la destrucción total que lleva a las posibilidades infinitas. Ella fue mi último fracaso como siquiatra pero, a la vez, me quitó un peso de encima. ¿Cómo quitarle un ensueño tan encantador a alguien? Mi propia vida era un infierno tan envolvente que ni siquiera me atrevía a soñar por temor a tener que despertar.

Y aquí está Brigitte, perfeccionando el proceso que todos deberíamos tener como plan de escape. Ahí está Brigitte, quitándose ataduras para continuar un proyecto más grande que ella misma. ¿Dónde despertará?

c.  Nunca fui un siquiatra.

Si en este momento me preguntan qué soy, no tengo ni la más remota idea. Puedo ser cualquier cosa. Sé que en algún momento tendré que despertar, pero me alegra no estar seguro de cuándo.






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